jueves, febrero 07, 2008

Apariencias

Luego de mirar al techo un par de minutos, Gabriel se deshizo suavemente del brazo que le aprisionaba para no despertarla. Se levantó de la cama y miró su reloj: faltaban 30 minutos para que comenzara la misa.

Se metió en la ducha, y mientras su cuerpo recibía las gotas tibias cerró los ojos para recordar las horas previas cargadas de caricias, de besos y pasión. La forma en que su cuerpo se acoplaba perfectamente al de esa mujer, y cómo sus manos recorrían cada curva de su anatomía; los gemidos de placer, su olor, su piel, el sudor... Volvió a abrir los ojos al recordar que estaba contra el tiempo, cerró la llave y tomó la tohalla para secarse.

Ella seguía durmiendo, tendida sobre la cama sin notar su ausencia, así que se apresuró en tomar su ropa y vestirse, pues era preferible evitar el adiós. No había tiempo de mirarse en el espejo pues el reloj apremiaba, y luego de recoger sus pocas pertenencias se puso los anteojos oscuros y salió en silencio de la habitación.

Subió al auto y se internó en la autopista para poder llegar más rápido, esquivando uno que otro vehículo mientras su cerebro esquivaba escenas recientes de sí mismo en los brazos de la desconocida. Y tal como en otras oportunidades, detuvo el auto unas cuadras antes de llegar: se miró en el espejo, se quitó los anteojos oscuros y abrió la guantera para encontrar y luego acomodarse el cuello clerical.

2 comentarios:

Ana Ortiz dijo...

Un relato fuerte, pero q es una gran verdad.
Cuántos hombres dedicados a Dios van en busca del placer. Lo abandonan a él, pecan, creo que no.
En ningún párrafo de la Biblia señala q los religiosos tienen q ser castos.
Eso es algo q ímpuso la Iglesia cuando se constituyó.
Ojala algún día dejen q se casen.

Polyta Bilbao dijo...

Definitivamente un final inesperado, un relato magnifico... Es un agrado leer tu Blog :)

:.:. PoLyTa .:.: