sábado, febrero 23, 2008

Sólo un poquito

El piano de fondo más que inspirarme logra confundirme
e insiste sensualmente en que me pregunte
qué tan distintas pudieron haber sido las cosas
si de verdad me hubieses querido.
Pero no tengo ganas ya de saberlo
así que guarda silencio y déjame soñar unos minutos
que te canto un último "please love me".

Quizá hoy estoy un poquito triste
pero sólo un poquito.

viernes, febrero 22, 2008

Hojas marchitas

Hace unos días el aire tiene tu aroma
y el viento canta tu nombre
suavemente camuflándolo en la brisa,
mientras lejos, muy lejos de mí,
tus pies pisan el asfalto de las que fueron
hace ya mucho, nuestras calles favoritas.

Y aún cuando lo dudes
puedo recordar aquellos días
donde tus dulces brazos lo eran todo
y mi mundo se llenaba con tu sonrisa,
cuando tocaba el cielo con las manos
creyéndome una soberana de tu vida
sin corona, sin cetro y sin trono
pues tus ojos eran mi reino
tu boca mi palacio
y tu alma mi tesoro.

Pero todo se aleja y todo termina:
tal como los vientos en otoño se llevan
lejos de nosotros las hojas marchitas
así la realidad nos roba los sueños
que luego mutila la vida misma,
Y sin despertarme siquiera
te perdí entre mis versos
al entonar mis canciones de niña
No supe tenerte, no supe cuidarte
y reconozco mi culpa además de mi cobardía
aunque ya no sirven de nada los poemas
ni las cartas, ni las lágrimas, ni las confesiones tardías
pues estoy convencida que ahora al mirar atrás
dudas de que te quise.
Sí, yo te quería.

domingo, febrero 17, 2008

Cantaba cumbias

Quizá fuera por los años que cada vez pesaban más sobre su cuerpo. Lo cierto era que cada vez se esforzaba menos por sonreír al salir a cantar.

Sus discursos eran robóticos, sus palabras sin emoción y su voz plana, como si con ella timbrara torres de papeles día a día en una inexistente oficina. Su cuerpo flaco ni siquiera llamaba la atención entre la gente, y sin la ayuda del micrófono seguramente era imposible que se hiciera oír.

Una vez más debía salir y fingir que la cara del público le importaba, aunque en realidad hacía mucho tiempo que había dejado de ser trascendental si la gente le escuchaba o miraba hacia otro lado mientras mascaba un chicle sin sabor. Era simplemente su trabajo.

El escenario se movía y de pronto una brusca frenada le hizo perder el ritmo y olvidar la letra; tras tararear unas sílabas más dio por terminada la cumbia. El chofer había arruinado su show y su recolección de monedas. Y se bajó del transantiago.

Tazón rojo

Es increíble cómo a veces la mente hace conexiones de la nada.
A veces sucede que en actos tan simples y triviales, como lavar loza, uno se desprende de la realidad inmediata y eleva los pies para trasladarse a un pasado lejano. O a veces no tan lejano.

En interminables cámaras y pasadizos, como en una especie de mazmorra medieval, nuestra memoria va almacenando millones de recuerdos con algunas etiquetas que de vez en cuando hacen que podamos evocarlos.

Y de pronto me sentí más joven, mi cabello era más claro, yo estaba usando otra ropa y sonreía. Era feliz. O al menos así me sentía. Y las tareas tediosas y que odio realizar se me antojaban una muestra de amor que, pensaba yo, era vista por él.

Olía a mar, a playa, a humedad y arena. Y si estiraba el cuello era capaz de ver cómo reventaban las olas, no demasiado lejos de la ventana. Pero mi atención en ese instante estaba con el tazón que estaba entre mis manos. Me acordé de las pequeñas peleas que siempre se generaban por las tareas domésticas que sólo yo realizaba, y alguna que otra conversación nocturna en donde nos sentábamos frente al sofá con un tazón de sopa a ver televisión, hasta que, exhausto, Jaime se dormía a mi lado, y cuando terminaba la programación lo despertaba suavemente y lo guiaba para acostarse.

Compré tres tazones: el rojo para Jaime, el verde para él y el azul para mí. Siempre estaban sucios el rojo y el azul. El verde permanecía suspirando dentro del mueble esperando por ser usado. Y él no venía. Siempre estábamos Jaime y yo, de noche con nuestros tazones, pues él no volvía.

Las olas pasaban y terminaron alejándose. Jaime y yo nos separamos, y sobre él no supe más, desapareció como un cadáver en la arena. Terminaron por quebrarse los tazones verde y azul, uno por el desuso y el otro por el abuso. Y es increíble como ahora, después de tanto tiempo, recuerdo todo esto al tener nuevamente entre mis manos y bañado con la espuma del detergente al único sobreviviente de esos felices días: el tazón rojo, que ahora yo uso.

jueves, febrero 07, 2008

Apariencias

Luego de mirar al techo un par de minutos, Gabriel se deshizo suavemente del brazo que le aprisionaba para no despertarla. Se levantó de la cama y miró su reloj: faltaban 30 minutos para que comenzara la misa.

Se metió en la ducha, y mientras su cuerpo recibía las gotas tibias cerró los ojos para recordar las horas previas cargadas de caricias, de besos y pasión. La forma en que su cuerpo se acoplaba perfectamente al de esa mujer, y cómo sus manos recorrían cada curva de su anatomía; los gemidos de placer, su olor, su piel, el sudor... Volvió a abrir los ojos al recordar que estaba contra el tiempo, cerró la llave y tomó la tohalla para secarse.

Ella seguía durmiendo, tendida sobre la cama sin notar su ausencia, así que se apresuró en tomar su ropa y vestirse, pues era preferible evitar el adiós. No había tiempo de mirarse en el espejo pues el reloj apremiaba, y luego de recoger sus pocas pertenencias se puso los anteojos oscuros y salió en silencio de la habitación.

Subió al auto y se internó en la autopista para poder llegar más rápido, esquivando uno que otro vehículo mientras su cerebro esquivaba escenas recientes de sí mismo en los brazos de la desconocida. Y tal como en otras oportunidades, detuvo el auto unas cuadras antes de llegar: se miró en el espejo, se quitó los anteojos oscuros y abrió la guantera para encontrar y luego acomodarse el cuello clerical.

miércoles, febrero 06, 2008

No vuelvas

Toma el peso de tu cuerpo y tiéndete en la arena,
relájate y quédate lejos.
Huye con tu hilo de luz y tus palabras doradas
y escóndete tras el sol de Febrero.
Bebe la brisa y vuela con las gaviotas
danzando sobre un mar apartado.
Oculta tu mirada tras las olas,
hasta que esto se extinga.

No vuelvas ahora, y por favor no lo hagas nunca,
pues tengo miedo de abrir los ojos y saber que no ha pasado el tiempo,
de volver a humedecer mi cara con lágrimas amargas
perdidas finalmente entre el tejido de una almohada.
Oculta tu voz tras las olas,
hasta que esto se extinga.

Es mejor que permanezcas callado
mientras lucho asesinando tu recuerdo,
mientras realizo un funeral con tus sonrisas
y entierro para siempre el color de tus besos.
Oculta tu olor tras las olas,
hasta que esto se extinga.

No vuelvas ahora, por favor quédate lejos
aún cuando lo que más quiero es verte;
pues quizá la distancia me ayude a borrarte
mientras llevo en las manos mis sueños disecados.
Puede que tu silencio sea el siempre no que necesito
el que no te atreviste a gritarme y debí haber escuchado
para matar de una vez mis esperanzas
y degollar mis últimos anhelos.
Oculta tu luz lejos de mí,
hasta que esto se extinga...
por completo.