lunes, septiembre 27, 2010

Mejor sin tí

Sí, reconozco que es estúpido que te hable como si me escucharas, pero permíteme esta descabellada licencia aunque sea sólo por hoy, pues es probable que mañana cuando despierte a la realidad piense que esto es tan absurdo que sólo miraré el horizonte y guardaré silencio.

Estoy bien. De hecho, estoy mejor sin tí. Lo comento solamente porque sé que deseabas saberlo aunque supongo que no es la respuesta que esperabas. Puedo agregar que ahora cuando hay luna llena puedo mirarla y saber que es sólo mía, sin necesidad de compartirla con alguno de tus recuerdos.

Junto contigo se esfumó la angustia, pues ya no debo estar imaginando qué es lo que pasa por tu mente y cuántas cosas son las que realmente me ocultas. No debo concentrarme en sacar conclusiones ni en tratar de leer entre líneas cada vez que hablas. No creerías cuánto pesar me ahorra todo esto!

Ahora mi primera opción soy yo. No debo reasignar mis horarios dependiendo de tu agenda, y no necesito oír tu voz a las 9am para sentir que tendré un buen día. No necesito verte para estar bien y no preciso de tus abrazos para sonreír. Tampoco requiero un beso tuyo para sentirme feliz.

Pero es cierto, en días como hoy te recuerdo. Tu imagen se cruza entre mis pensamientos y trato de sacudirme fuerte para espantar tu fantasma que me atormenta. Así es: te convertiste en un tormento. Y en instantes como éste vuelvo a recordar lo mucho que valgo, tu limitado cariño, el excesivo tiempo que gasté contigo y lo poco que vales.

lunes, agosto 16, 2010

El Otro

Sus manos acariciaban lentamente mis hombros al tiempo que su nariz afilada recorría el contorno de mi cuello. Era tan fácil dejarse llevar, consentir que sus labios rozaran los míos, cerrar los ojos y permitir que su calor me envolviera... pero no. Caí en cuenta del fatal error cuando recordé las manos de Otro deslizándose -tiempo ha- sobre mi piel. No sólo fui violentada por el recuerdo, sino que además le añoré: deseé que éste fuese aquél Otro.

¡Ah, los recuerdos! Aparecen en nuestra mente evocados por algún detalle, un color, un sonido o un leve aroma; transportan el pasado al presente con un dejo de melancolía que se instala en el alma, a veces por breves instantes, otrora por largo tiempo. Así fue que en un acto tan sencillo como planchar su camisa de pronto el olfato me jugó una mala pasada trasladándome a una ciudad lejana ubicada en años remotos y bañada por un mar de plata. En ese instante tuve la certeza de mi gran equívoco, de mi terrible fallo: yo no debía estar ahí. Pero soy demasiado cobarde para admitirlo, por eso simplemente seguí planchando. Y tristemente sonreí.