En ese momento mantenía la mirada fija en sus profundos ojos azules, que por tanto tiempo me deslumbraron. Él, detrás sus anteojos apenas podía verme el rostro, pues los cristales no hacían más que aumentar la expresión de profunda tristeza que mis facciones reflejaban, y a su vez, hacían más evidente una verdad que él no estaba preparado para asimilar.
- ¿Realmente piensas que puedo creerte?
Intenté ser dulce, quizá en consideración a todos esos años que compartimos uno al lado del otro, o bien porque todavía una parte de mí aún luchaba por asirse a la última gota de ilusión, ilusión en la que había creído por tanto tiempo.
Sin embargo, esa noche todo había cambiado. Sentí como si hubiese estado cubierta por una gruesa capa de amor que yo alimentaba con todas mis fuerzas, pero éstas se habían agotado; y fue así como el amor, la fe, la ilusión y los sueños se desprendieron de mí como una cáscara marchita. No había palabras, ni gestos, ni acto alguno que pudiera revertir aquello; simplemente todo había terminado.
Esa fue la útlima vez que vi sus ojos azules, su cabello rubio y lustroso que tanto me gustaba acariciar. Lo besé en la frente, me arrebujé dentro del abrigo y cerré la puerta tras de mí: la noche estaba fría; inspiré hasta llenar de aire mis pulmones y supe que, después de todo, yo estaba viva.
domingo, junio 22, 2008
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2 comentarios:
Cuando ya no hay confianza, sólo queda el adios.
Perseverancia, es la droga de quien ya no tiene nada en lo cual creer, es maravillosos conocer gente que apesar de todo siga creyendo.... ese siempre sera un placer
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