Quizá fuera por los años que cada vez pesaban más sobre su cuerpo. Lo cierto era que cada vez se esforzaba menos por sonreír al salir a cantar.
Sus discursos eran robóticos, sus palabras sin emoción y su voz plana, como si con ella timbrara torres de papeles día a día en una inexistente oficina. Su cuerpo flaco ni siquiera llamaba la atención entre la gente, y sin la ayuda del micrófono seguramente era imposible que se hiciera oír.
Una vez más debía salir y fingir que la cara del público le importaba, aunque en realidad hacía mucho tiempo que había dejado de ser trascendental si la gente le escuchaba o miraba hacia otro lado mientras mascaba un chicle sin sabor. Era simplemente su trabajo.
El escenario se movía y de pronto una brusca frenada le hizo perder el ritmo y olvidar la letra; tras tararear unas sílabas más dio por terminada la cumbia. El chofer había arruinado su show y su recolección de monedas. Y se bajó del transantiago.
domingo, febrero 17, 2008
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1 comentarios:
Hola!!
Un cuento bonito... pero con un final triste :(
Besos
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